Cuenta
la leyenda que aquí,
bajo la "chimenea", las brujas hacían akelarres e imploraban al demonio.
No en
vano, en las noches de cielo raso, la luna y las estrellas se cuelan
por él. Pero, no sólo las viejas historias narran la existencia de
los festejos demoníacos.
Descripciones de autores como Pío Baroja sitúan
aquí la celebración de estos ritos,
durante los siglos XVII y XIX.
Esta
es la parte menos visual y más didáctica del recorrido. Según se avanza
hacia el interior, la cueva va ganado altura, sonidos y formas, hasta
llegar a la Catedral. En esta sala
la altura alcanza los 16 metros y las formaciones
pétreas se manifiestan en todas sus variantes. Estalactitas que por su anchura y longitud parecen
amenazar con derrumbarse sobre el visitante. Las estalagmitas, unas chatas, otras desafiantes
hacia el techo, se extienden por el suelo. Columnas que unen suelo y techo, cortinas que dejan entrever a los primeros murciélagos
que se asoman curiosos ante los extraños, y figuras con formas familiares que despiertan la imaginación
de los visitantes. Órganos de pared,
coliflores, lámparas de arañas e incluso figuras humanas suelen
ser los formas más reconocidas en las rojizas piedras de las grutas.